He admitido en diversas ocasiones que el hecho
de haber creado una especie de Teatro Universitario en el nivel Terciario de
esta ciudad fue mera coincidencia. Más se debió a la prepotencia de estudiantes
ávidos de encontrar un espacio para expresarse y llegar a los demás, dispuestos a munirse de los instrumentos adecuados para llegar a eso. Y claro,
también conforme a mi experiencia como integrante unos años de lo que fuera el
único Teatro de la Universidad de Buenos Aires.
Me llega la
jubilación y sabemos que las cabriolas burocráticas de la administración
educativa impiden seguir ejerciendo (aunque más no sea con un contrato
honorífico). Y eso tampoco importa: como dijera Ralph Emerson, ‘no hay mejor
vínculo que aquel que enseña a desvincularse’, lo que vale también para esta
entidad que dirigí durante los 25 años de su existencia, pues afortunadamente
muchos de los que participaron han adquirido las herramientas como para
conducir la experiencia a su vez. Especialmente Diego Solari, el tetebano con
más años ininterrumpidos de presencia, como actor, director, realizador, y que
sin embargo no puede ser nombrado sin someterse a una selección de antecedentes
que a la vista de lo transcurrido resulta injusta e improcedente. Pero es lo
que cuadra. Y hasta que las autoridades del Joaquín no hallen la vía, ante la
no presencialidad reinante en los Institutos, de hacer el tal bendito llamado,
esa cátedra de ‘Técnicas para el ejercicio del rol docente’, de la cual provino
toda la aventura, seguirá vacante, en las arcas del Gobierno de la Ciudad, dejando
al desnudo un desinterés institucional y gubernamental frente a la imperiosa
gestión para que no se desmorone una actividad que tanto ha ofrecido.
En cuanto a
eso, me marcho conforme: no soy de los que piensan que pudimos hacer más. Claro
que si hubiésemos contado con las condiciones adecuadas (mayor tiempo, mayor privacidad
de los espacios, mejor entendimiento de la comunidad educativa en gral. de lo
productiva que puede llegar a ser la tarea teatral en la órbita de lo pedagógico,
algún apoyo financiero, etc.) el crecimiento pudo haber sido más notable. Pero
pasaron miles de jóvenes (y no tanto) que aprendieron, se comportaron
excelentemente y cuando se despidieron lo hicieron con la gratitud y el
entusiasmo por el marco creativo del que de alguna manera (la que eligieron)
llegaron a disfrutar.
Desde el
punto de vista estético creo que, sin intenciones de compararnos con ningún
grupo establecido y menos intentar competir en el terreno profesional, hemos
cimentado un discurso bastante homogéneo: materiales de alta complejidad, textos de difícil factura, situaciones de intertextualidad marcada (haciendo que para
cada montaje se afrontaran otras cinco,
ocho, doce variables argumentales y expresivas); desde la actuación, podemos
asegurar que los más persistentes (ya actrices y actores en todo su
funcionamiento escénico) han comprendido taxativamente cómo se construye un
espectáculo, cuáles deben ser las líneas del periplo personal que a cada uno le
corresponde y los mecanismos emocionales e inteligentes que habrán de guiarlos
en la construcción de su papel. También han alcanzado un altísimo grado de
solidaridad, de valoración de la tarea colectiva (sin un atisbo de vedetismo o
figuración) y una noción esmerada de cuánto es preciso aportar en la tarea
concreta para que los distintos lenguajes que conviven en el hecho dramático no
queden a medias o fuera de foco respecto de la totalidad. Han respetado y se
han respetado. Han sabido dejarse conducir pero han estado proponiendo desde
sus actitudes y desde sus alcances durante todos los procesos. Han contribuido
a la armonía, a la convivencia: así, han
sabido que el hacer teatro da felicidad, pero no por ser parte simplemente de
un divertimento o esparcimiento fugaz, sino por atenerse a la severidad y a la
seriedad que fluye de los accionares compartidos. Participaron, cada uno a su
manera y sin que se los forzara, de un intento de comprensión mayor del mundo
(el mundo grande y el que está más cerca, uno mismo) y se han establecido como
seres atravesados por aquello mismo que los empujó a comprometerse con los
intereses generales y los deseos particulares.
Mi
despedida podría llegar a ser relativa si alguien que formara parte de la
experiencia tetebana quedase a cargo de la misma: no tengo ningún problema de
seguir haciendo mi aporte de manera voluntaria, gratuitamente, ad honorem, como
suele decirse. Sólo exigiría a cambio que, aun prestos a mejorar todo lo que
sea dable, no cambiemos de caballo a mitad del río, no modifiquemos los
estamentos naturales sobre los que edificamos nuestra razón de ser, no
equivoquemos el rumbo llevando a una compañía que viene de producir casi medio
centenar de eventos, de girar, de filmar, de confeccionar libros, libretos y
músicas originales, etc., a un mero taller teatral o de incierta formación profesional.
Hemos sido escuela, pero también Teatro de Repertorio (haciendo convivir dos y
hasta alguna vez tres obras al mismo tiempo): no renunciemos a nuestra
funciones abiertas a todo público, no cejemos en la convicción de sentirnos
partes del mundillo cultural de esta ciudad, haciéndonos escuchar, difundiendo
nuestros proyectos y concreciones, integrándonos cada vez más entre nosotros no
de manera sectaria pero si abrazados a ideales, a modos de trabajo y a
obligaciones placenteras de ser asumidas.
Por todo,
mi despedida es lo de menos.
Manzanal